Pablo. “Je regarde la mer, son roulis perpétuel, son
calme et son soleil”[1]. Inspirar, bracear, expirar,
bracear…la perfección y armonía en el movimiento acompañados por los reflejos dorados.
Salgo del mar respirando paz y goteando agua con sal. Relajado y mimado por el
rumor de las olas. La casa de los vientos fue construida alrededor de los años
sesenta, aprovechando una pequeña casa y un embarcadero que había sido utilizado
por pescadores. Rodeada de pinos, a cobijo de la tenue luz de la mañana, parece
a punto de saltar al agua, impulsada por la fuerza del viento. Pablo se seca
subiendo la estrecha escalera tallada en la piedra que sube a la explanada que domina
la cala. Las ventanas están abiertas y todavía se siente la frescura en el
jardín del rocío matinal. Un pájaro canta, parece contento; Pablo también lo
parece. Hoy será un buen día. Después de un café entra en el estudio que todavía guarda
todos los recuerdos de su madre mezclados con los esbozos de las obras de antes
y de las de ahora. Hoy será un buen día para pintar, se dice Pablo mientras
prepara los lápices, los pinceles, los tubos de pintura… Un perro ladrando en
la playa le hace recordar a Leo, el pastor alemán que tenían cuando era pequeño
y su madre viajaba de exposición en exposición, haciéndose un nombre al mundo
del arte.
He de acabar este esbozo hoy, un cuerpo
de mujer saliendo del agua, desnuda, sensual pero altiva. ¿Cómo habrá ido la
exposición la ciudad ?… los críticos de arte, no los entiendo pero como decía
su madre, los necesitamos, forman parte de nuestro juego. Suena el teléfono. ¿Será
Frida? Desde que vive en Nueva York con su madre casi no hablan, aunque siempre
piensa en su hermana pequeña, la muñequita, la que no quería ser pintora y
cruzó el océano para encontrarse interpretando papeles de “femme fatale” en
películas que sin grandes argumentos llenaban las taquillas.
- Pablo de Mora, ¿dígame? , ¿eres tú,
Frida? - un ruido de multitud bulliciosa entrecorta la llamada - Pablo soy Albert,
la exposición va como la seda, tres vendidos y una periodista que te hará una
entrevista… - De eso nada - seco y contundente - ya hablamos, ninguna
entrevista. Vendo mi obra, no mi vida. La comunicación parece cortarse. -¿Qué
me dices Pablo? No seas estúpido. Pues va hacia la costa… Pablo, ¿me oyes?...
Pablo cuelga el teléfono con rabia: ya se ha estropeado la calma, la armonía,
la mañana inspirada. Ya lo decía la Sagan: “De l'ennui à la tristesse, il n'y a qu'un pas”[2]
Julia. “Vernorexia: A romantic mood inspired by Spring” No entiendo a los
hombres: tantos años haciendo cobertura de Cultural y ahora parece que Elisabeth
se hará con la sección. Cuarenta años y todavía dependiendo de las decisiones
de estos incompetentes que no saben lo que quieren. Pero claro, la muy
manipuladora se ha metido en el bolsillo
- por no decir alguna otra cosa - a alguien de arriba, del último piso, seguro.
- Julia,
¿que no me has escuchado? ¿estás con nosotros? Harás la cobertura de la feria
de arte, resuelto entonces - Jaume la ha pillado con la guardia baja, ausente pero los reflejos rápidos se agudizan
con la edad - Ningún problema, ¿algún traje para recoger de de la tintorería,
Jaume?. Una reunión más de la redacción, otra vez al metro con el tiempo justo
de para cubrir una exposición de artistas “noveles” en una galería alejada de
las Ferias importantes que se celebran esa semana en Barcelona.
Al
llegar a la exposición (muy documentada, Arnau, gracias, que haría sin nuestro
becario), hablar con el Comisario (otro que hace despachos, al parecer… maldita
Elisabeth), se enfrenta al recorrido por las salas, mucho figurativo este año -
piensa- cuando encuentra detrás de una de las columnas que enmarcan el “nuevo talento
de la temporada” un retrato de mujer de otro pintor desconocido: “Retrato.
Pablo de Mora. Óleo sobre tela. 162,4x116,2 cm. 2016.”. Hasta casi cuatro
minutos más tarde no puede pensar en nada, llama al Comisario de la exposición, al marchante
del autor y algo en su interior - ¿mariposas? no, nunca ha tenido de eso - hace que la tajante
negativa de poder entrevistar al pintor alicantino, hijo de la reconocida
pintora abstracta Pilar de Mora, la impulse a volver a casa y preparar la bolsa
de fin de semana. No tiene especial predilección por los aeropuertos, los
aviones… y en el estado anímico en que se encuentra el alquilar un coche para
dirigirse a Alicante no parece una buena opción. Recuerda una conversación con
un compañero de la redacción, Jaume Ivars, que le había hablado de los viajes a
su pueblo natal, Benissa, en la línea de autobuses de ALSA de Barcelona a
Algeciras, con parada en Benidorm, desde donde sería fácil llegar a la casa del
pintor. Jaume le había contado sus primeros viajes siendo niño en la Unión de
Benissa – que recordaba con especial cariño -
cómo su abuelo le había contado la historia de la fundación de esa
empresa por unos comerciantes con mucha visión de futuro y su posterior fusión
con ALSA. Ubesa había sido el proyecto de Bernat Capó, Vicent y Felipe Frau,
que en el bar de la plaza de Benissa fraguaron una empresa pionera en el
transporte público que en los setenta estuvo a punto de absorber a la
multinacional ALSA (que ahora es su propietaria). Estos emprendedores se dieron
cuenta de que la habitual y centenaria incomunicación del mundo rural podía y
debía romperse. El socorrido y paciente servicio de las caballerías tenía que
dar ya paso a los nuevos medios de locomoción que comenzaban a atravesar, de vez
en cuando, la principal arteria de la población, la conocida hoy como Avinguda
del País Valencià. Fruto de esa necesidad surgió la Unión de Benissa, que sería
el primer transporte de viajeros en automóvil de la Comunidad Valenciana.
Llegó
en taxi a la Estación del Norte y con suerte consiguió billete en el autobús
que iba a salir de inmediato hacia Algeciras, el último asiento. La antigua
estación de ferrocarril, hoy reconvertida en moderna terminal de autobuses, sin
perder el encanto de las garitas de venta de billetes, las marquesinas
luminosas, la gran bóveda triangular…La salida de Barcelona por la Ronda
Litoral, las vistas de la montaña de Montjuic, del puerto con sus grandes
hoteles flotantes… le hicieron sentir ya una sensación de nostalgia por su
ciudad pero también de expectativa: estaba actuando, tomando la iniciativa, dejando
de un lado la rutina y embarcándose en un viaje improvisado y decisivo para su
vida.
Pasando
por la costa de Sitges, el pasajero del asiento contiguo, un señor que luego
supo era de Alicante y venía regularmente a visitar a su hijo, le comentó que
en los viajes que había hecho de noche, llegando a Barcelona, había visto la
salida del sol precisamente en ese punto, cuando el mar empieza a tener
destellos dorados y la emoción que sentía cuando pensaba en que su hijo le estaba
esperando en la estación de autobuses. Observa los enigmáticos acantilados del
Garraf, la larga ribera del mar, la Iglesia y el caso antiguo que le recuerdan
a Peñíscola.
Julia
piensa en su piso alquilado, el gato que se duerme a su regazo cuando escribe hasta la madrugada y la
soledad. A ella nadie la espera en una estación. Elisabeth es una “don nadie” y la pondré a su lugar, todo porque ha publicado
dos novelitas de primero de periodismo.
Pasando
del Garraf al Alt Penedés, después de una parada en Vilafranca, el olor a tierra fértil y destilación y el
atravesar un mar de viñas le llevan a recordar a su padre, gran conocedor de
vinos y cavas, que le había inculcado el gusto por los buenos caldos y el
conocimiento de las añadas. Mi padre decía que uno tiene que ser fiel a su
esencia - ¿demonios, qué esencia? - Van
pasando viñas a ambos lados de la carretera, perfectamente alineadas,
variedades blancas, finas y aromáticas de Macabeu, Parellada y Xarel.lo, cepas
de buen vigor y productividad, vinos espumosos que en la vecina Sant Sadurní
d´Anoia se elaboran por el método “champenoise”, dando lugar al cava.
Tengo
que cambiar la lista de reproducción: busco una canción, Patricia , dedicada a
una hija. ¿Por qué papá nunca me dedicó ningún libro? . Porque me dio un golpe
de realidad. Porque nunca podría ser tan buen escritora como él. Porque nadie
podía ser nunca como él. ¿ Cómo se sentiría si ella llegara a escribir una
novela ? . La idea iba macerando en su interior como el vino en las cubas
cuando llegaron a Tarragona. La ciudad siempre le había fascinado, el poso
histórico y el encanto de su casco antiguo. Tras dejar Tarragona y hacer una
parada técnica para descanso del conductor, aprovechó para tomar un café y dar
un pequeño paseo. Los pasajeros también comían, bebían, paseaban, todos con sus
historias, sus personas queridas esperándoles en el destino. Se sintió
especial, no en un sentido negativo o positivo, sino simplemente, diferente. A
lo mejor había llegado el momento de dejar de ser especial.
Pasando
el caudaloso Ebro – la vida es fluir, no se puede estancar – cambiaron las
viñas por un mar de naranjos, llegando a Peñíscola – Los Borgia, el Palacio del
Papa Luna, misterios, asesinatos, venenos, luchas fatricidas…- la imaginación de Julia se desboca y empieza
a tomar notas en su pequeño cuaderno de notas. ¿ Una Lucrecia Borgia en la
actualidad ? . Nota para futura novela. ¿En serio voy a escribir una
novela?- Los millones de naranjos
jóvenes conforman otro auténtico mar, plantados en huertos viejos – haciéndolos
renacer – y en huertos jóvenes. Por un momento aparecen fantasmas, no molinos
de viento cervantinos sino inmensas moles de cemento, las modernas fábricas de
cerámica que son sus chimeneas, con sus hornos encendidos dan al paisaje una
fantasmal contradicción.
Llegando
a Castellón, el señor del asiento de al lado, que ha estado todo el viaje
leyendo el periódico – se le ve un buen hombre – se lo ofrece, ya lo ha
terminado, le recomienda leer las páginas de Cultura, donde aparece una buena
reseña de un libro. ¿ Habrá adivinado que soy periodista ?. Debo llevarlo
escrito en la frente. Ojeando el periódico, se vuelve a encontrar con las
novedades literarias que ella, especializada en el mundo del arte, pasa a veces
de corrido sin querer fijarse en ellas. Estaré en estas páginas, piensa,
mientras el autocar sigue su travesía rodeado de naranjos, más naranjos… Su
compañero de viaje le explica con orgullo que el paisaje de los huertos muestra una mezcla entre tradición y
modernidad. Recoge la solera del mundo rural pero introdujo elementos novedosos
propios del medio urbano como por ejemplo los paseos, los jardines o los mismos
lenguajes arquitectónicos de sus edificios. Incluso se sirvió de la máquina a
vapor como invento emblemático de la Revolución Industrial para poner en
regadío amplías superficies de tierra. Esta dualidad o contradicción está
íntimamente ligada con la esencia de la burguesía valenciana, por un lado mira
al futuro comprometida con el progreso y la modernidad, pero por otro lado no
pierde de vista el pasado donde el prestigio social se basaba en la propiedad
de la tierra, por lo cual busca consolidar sus vínculos dentro del mundo
rural. Muchos han coincidido en
contemplar ese entorno de manera idealizada como fuente de riqueza y
prosperidad, como escenario sublime donde los pintores retratan sus personajes
en actitudes amorosas, o como contexto donde situar la trama de sus novelas. Su
compañero de viaje le muestra el libro que está leyendo, “Entre Naranjos”, de
Blasco Ibáñez: “Los huertos de naranjos
extendían sus rectas filas de copas verdes y redondas en ambas riberas del río;
brillaba el sol en las barnizadas hojas; sonaban como zumbidos de lejanos
insectos los engranajes de las máquinas del riego; la humedad de las acequias,
unida a las tenues nubecillas de las chimeneas de los motores, formaba en el
espacio una neblina sutilísima que transparentaba la dorada luz de la tarde con
reflejos de nácar.”
Tras
pasar la fortaleza de Sagunto, aires históricos que brotan de todo el
territorio levantino, el viaje va transcurriendo mientras Julia, tras
devolverle el periódico a su improvisado compañero de viaje, empieza a estar
impaciente. Quiere llegar cuanto antes a su destino pero a su vez no quiere volver luego a la realidad que le espera en
Barcelona. La entrada en Valencia parece alejarla de sus pensamientos ya que es
casi un recorrido turístico, que le explica su compañero de viaje: las Torres
de Quart, el cauce viejo del río, hoy pulmón verde de la ciudad, los Viveros,
la Universidad. Cada vez se siente más cobijada por el mar de naranjos, que
vuelven a rodearlos hasta Gandía, ciudad condal, donde el autobús hace una
breve parada – que Julia aprovecha para tomar un café con su compañero de viaje,
que como buen padre le cuenta las mil y una historias de su hijo, que vive en
Barcelona - y siguen el viaje cruzando un vegetación diferente. El padre le
explica que es la Marjal de Pego, arrozal donde antes se cultivaba una de las
mejores variedades de arroces, hoy día
sin utilizar. Todo queda obsoleto, ¿ o no ? .
Casi
llegando a la costa de Denia, escribe un email a su amiga Eugenia, que siempre
la había animado a dejarse llevar y convertir sus anhelos de ser escritora en
una realidad, dejando el entorno de seguridad del trabajo en el periódico,
contándole como las horas de viaje, las impresiones, el tiempo para pensar, la
había llevado a la conclusión de iniciar un cambio radical en su vida. Eugenia
contestó a los pocos minutos: “Hola
Julia, me alegro de que este viaje te haya abierto los ojos. Aprovecha esa
mezcla de tiempos, porque en un viaje de ciertas horas nos quedamos en ese
estado en el que ves desfilar el paisaje y los lugares, las personas, y a la
vez hay algo de adormecimiento/recuerdo/ensoñación. Estás quieto pero todo se
mueve, por dentro y por fuera, se desplaza adelante y atrás en tu cabeza,
mientras te diriges a algún lugar concreto (del mapa). Espero que al final del
recorrido encuentres lo que buscas, que no lo olvides, está en tu interior”
Entran
en las dos Marinas, ya casi a punto de llegar a su destino, desviándose para
entrar en Denia – con el Montgó, su excelente gastronomía, el “Pegolí” como
restaurante veterano, “Quique Dacosta”, restaurante de vanguardia, la gamba
roja de Denia, los erizos de mar, los arroces…- va apuntando en su libreta charlando animadamente
con su improvisado guía. Pasando el Mascarat, el autobús parece que vuela por
la Bahía de Altea, es espectacular. Por fin llegan a su destino, Benidorm,
Manhattan costero de acero y hormigón, que contrasta con el entorno acogedor de
la Marina Alta. No tiene tiempo que perder, se despide su compañero de viaje,
le agradece su amabilidad, llegando a abrazarse. Él le desea suerte en su
viaje, ya que adivina que el suyo todavía no ha terminado. Toma un taxi hasta
la oficina de alquiler de coches. Ya en su utilitario – cuantos meses sin
conducir, en Barcelona se mueve en transporte público – sigue la misma
carretera pero en sentido contrario, pasando Altea hasta llegar a la costa que
rodea el Puerto de Campomanes.
La casa de los vientos. “One of these mornings you're gonna rise up
singing
And you'll spread your wings and you'll take to the sky”[3]
And you'll spread your wings and you'll take to the sky”[3]
Julia
sortea las curvas de la carretera, vuelve a consultar las indicaciones y llega
a ver entre los pinos la casa. Una planta, clásica construcción de los sesenta
al estilo del chalés de la Cote d´Azur. El repicar de una campanilla en algún
lugar de la casa, unos pasos y la puerta de hierro forjado se abre lentamente.
Anda con rapidez hacia la casa donde le espera un hombre alto y rubio, de unos
treinta y tantos, que le observa con curiosidad y sorpresa.
- ¿Eres tú… Quién eres? Pablo sonríe, parece un niño sorprendido en una travesura o descubriendo los regalos de Navidad. - ¿Yo? Mi nombre es Julia Prado. De la Sección de cultura, por la entrevista… pero… ¿cómo he pasado a estar retratada en uno de sus cuadros? - Pablo hace pasar a Julia por la galería que rodea la casa hasta el estudio, con los bocetos colgados en las paredes, con el rostro de Julia en todos los ángulos posibles. No puede ser ella, es un ideal que cómo todos, no existen a la realidad. No puede ser ella… ¿o sí?
Inspirar, bracear, expirar, bracear. Julia sale del agua y se seca con el albornoz. Ya hace cinco meses que trabaja en su primera novela. En el estudio se mezclan los lienzos del cuadro que Pablo quiere presentar a la próxima exposición: “Desnudo femenino” con las pruebas de imprenta de Julia. Mientras ella sube por los peldaños arrancados a la roca, él hojea sus borradores, sus primeros relatos cortos de la Facultad que nunca ha publicado. Uno de ellos le llama la atención: datado veinte años antes, Destino sobre lienzo. Julia Prado. Con una sonrisa cargada de complicidad, Julia se tumba sobre el sofá del estudio, se quita el albornoz y mira al mar, relajada y mimada por el rumor de las olas, mientras Pablo la retrata, con todo el sentimiento que la nueva realidad, que empezó siendo un ideal inalcanzable, los llena de perfección y armonía. Como Julia suele decir, la realidad, siempre es mejor que la ficción. Serendipity por partida doble.[4]
- ¿Eres tú… Quién eres? Pablo sonríe, parece un niño sorprendido en una travesura o descubriendo los regalos de Navidad. - ¿Yo? Mi nombre es Julia Prado. De la Sección de cultura, por la entrevista… pero… ¿cómo he pasado a estar retratada en uno de sus cuadros? - Pablo hace pasar a Julia por la galería que rodea la casa hasta el estudio, con los bocetos colgados en las paredes, con el rostro de Julia en todos los ángulos posibles. No puede ser ella, es un ideal que cómo todos, no existen a la realidad. No puede ser ella… ¿o sí?
Inspirar, bracear, expirar, bracear. Julia sale del agua y se seca con el albornoz. Ya hace cinco meses que trabaja en su primera novela. En el estudio se mezclan los lienzos del cuadro que Pablo quiere presentar a la próxima exposición: “Desnudo femenino” con las pruebas de imprenta de Julia. Mientras ella sube por los peldaños arrancados a la roca, él hojea sus borradores, sus primeros relatos cortos de la Facultad que nunca ha publicado. Uno de ellos le llama la atención: datado veinte años antes, Destino sobre lienzo. Julia Prado. Con una sonrisa cargada de complicidad, Julia se tumba sobre el sofá del estudio, se quita el albornoz y mira al mar, relajada y mimada por el rumor de las olas, mientras Pablo la retrata, con todo el sentimiento que la nueva realidad, que empezó siendo un ideal inalcanzable, los llena de perfección y armonía. Como Julia suele decir, la realidad, siempre es mejor que la ficción. Serendipity por partida doble.[4]
Agradecimientos.
En
primer lugar a mi padre, José Iborra,
que suele utilizar regularmente la línea de ALSA Benidorm-Barcelona (con
punto de inicio en Algeciras) y me ha transmitido sus vivencias, impresiones y anécdotas de viaje. Además, por la familia de
mi madre, Pilar Femenía, originaria de Benissa, conozco cómo se fundó la Unión
de Benissa (posteriormente fusionada con ALSA, ya que los empresarios que la
fundaron se reunían en el bar de la plaza propiedad de mis tatarabuelos, e
incluso le propusieron asociarse con ellos en la nueva empresa, que
posteriormente fue creciendo, absorbiendo otras empresas de transporte de
viajeros de la provincia de Alicante como La Unión de Callosa d´En Sarrià). También a la escritora Eugenia Kléber (“Algo
se ha roto”, IV Premio de Novela Nuevos Narradores Tusquets 2004, “La bruma
inquieta” 2015) que me ha hecho de “sparring” con sus acertadas reflexiones
acerca de los viajes en autobús a nivel íntimo y personal, más como un fin que
como un medio de transporte. A todos mis compañeros de Sitges Literari, los clubs de lectura y charlas literarias de
la Biblioteca Josep Roig Raventós de Sitges, a todo el equipo de la biblioteca
y a su coordinadora Elena Cejas. Por último, un agradecimiento general a la
lectura y la escritura, que me han ayudado en épocas difíciles y siempre me han
acompañado.
[4]
Serendipity: fenómeno
que consiste en crear una ficción que después se cumplirá en la realidad. Julio
Verne dijo que “todo lo que el hombre puede imaginar, otros lo podrán hacer
realidad”. Es decir “la realidad supera siempre a la ficción”